Salónica: murallas, lluvias y sorpresas
El martes pasado empezó mi aventura griega después de 12h y una parada de 5 en el aeropuerto de Budapest (si ponéis euros en las máquinas de bebidas, os devuelve monedas húngaras que tiene pinta que arrastraré el resto del viaje). Mi primera parada , en la que estuve hasta ayer, fue Salónica.
¿Por qué Salónica? Se la considera la segunda ciudad de Grecia después de Atenas, es el lugar foodie del país, y como todo lugar con gran población estudiantil, no paran de pasar cosas interesantes y divertidas. Para mí, que esté al lado del mar, también ayuda (un amigo me dijo que tiene la sensación que solo voy a versiones de otros países de Barcelona y… pues… ¿quizá tiene razón? En mi defensa, Nueva York, Tokio o Sidney están fuera de presupuesto ahora mismo… Salónica es además la capital de la región de Macedonia (y supongo que una de las razones por las que el país, se cambió el nombre a Macedonia del Norte). La ciudad tiene muchísima historia ya que ha sido parte del imperio romano, bizantino y otomano, así que tiene todo tipo de influencias.
Lo primero que descubrí al llegar es que una cosa es no saber el idioma y otra muy distinta no saber el alfabeto. Lo segundo te hace sentir mucho más estúpido. No puedes leer las calles, no puedes leer las cartas de los menús (en los lugares muy auténticos) y no puedes disfrutar el placer que es ir al súper en un país nuevo… Nunca he agradecido tanto los dibujitos de frutas en los envases de yogures o los productos con explicaciones en 5-7 lenguas distintas.
No hablar el idioma tampoco es lo mejor, pero he descubierto que si dices “Kalimera” (Buenos días), “Milanate angliká” (hablas ingles?) y “Evaristó” (Gracias), ven que no eres un guiri hijo de puta y que haces un mínimo esfuerzo para comunicarte con ellos. Y te lo agradecen. He de decir que todos los griegos con los que he tratado han sido súper majos y muy bondadosos. Es cierto que la mayoría de mis conversaciones han sido con gente que trabaja de cara al público pero tanto ellos como el señor con el que compartí fila en el tren (y que pese a no hablar inglés, intentó mantener una conversación y me regaló un agua fría), me han parecido gente que te ayudaría en todo si se lo pidieras. Y vivir con gente así es un placer.
En mi primer día por Salónica pasee por casi todos los monumentos (ciudad pequeña, monumentos bastante juntos). El que más heavy me pareció fue la Iglesia Panagia Dexia. Después de tanto paseo, acabé en un restaurante de comida griega llamado “Kanoula”. Lo llevaba un matrimonio súper majo y me recomendaron la moussaka. Siendo mi primer día en Grecia no pude negarme y lo acompañé con una cerveza griega (de la isla de Corfú). El plato estaba increíble y creo que lo hizo la esposa ya que, luego salió a preguntarme si me había gustado y cuando le dije un alegre sí, pareció muy halagada.
Aquí las raciones no son ninguna broma. Todos los platos son gigantes. Es un mundo de platos únicos con empache. Nada que ver con la pasta fresca española que dice que son dos raciones cuando en realidad es una y media y, o te quedas con hambre o acabas empachado. Pedir dos platos aquí es un deporte de riesgo o una serie de esas que hacen en canales de la TDT que nadie ve, con un mal doblaje en el que aún se oye la voz original por debajo.
Esa tarda estaba escribiendo tan tranquilo cuando, de repente, mi móvil empezó a vibrar. ¿Alguien llamaba? No. Era el siguiente mensaje:
El mensaje decía que estábamos en estado de alerta por lluvias torrenciales. Miré el link y me informaba que las lluvias eran nivel de alarma roja: posibilidad de daños a personas. Aconsejaba que tuviéramos provisiones, no tocáramos tuberías y enchufes ya que la corriente pasa por ellos y que nos quedáramos en casa mientras mirábamos las noticias para saber si ya era seguro salir a la calle.
El mensaje perfecto para un estresado como yo.
Me encontraba en mi segundo día en un país en el que no sólo no sabía decir “socorro” sino que si hubiera carteles diciendo “sólo los que vayan por aquí se salvarán”, no los habría podido leer. Todo mal. Decidí ir a buscar provisiones al instante, ya que en mi nevera sólo había yogures griegos (aquí conocidos como yogures), cerveza y hummus. Les escribí también a los del Airbnb preguntando si tenía que tomar alguna medida en la casa y me respondieron con un “no tranqui, el mensaje sólo avisa de que lloverá”. Me sorprendió su tranquilidad. Lo mismo me pasó cuando llegué al súper mercado y en vez de gente preparándose para el Apocalipsis, estaba todo el mundo tan tranquilos, como si fuera un jueves por la tarde cualquiera. Aquello me tranquilizó. Pero no evitó que comprara provisiones que se pudieran tomar sin cocinar (por si se iba la luz).
Me pasé los dos siguientes días mirando webs del tiempo, la web de las alarmas y leyendo periódicos griegos para ver qué decían. Bueno, leyendo es una palabra muy fuerte. Si veía una foto de lluvia, copiaba el texto griego de alrededor y lo pasaba por un traductor.
Después de dos días de alarma, la cosa se calmó. En Salónica sólo tuvimos alguna lluvia fuerte pero vi imágenes de lugares a 200km de la ciudad en las que los diluvios torrenciales habían arrastrado a coches.
Así que después de dos días de pánico infundado (bueno, semi-fundado), mi vida en Salónica ya volvía a ser normal y podía volver a pasear por las calles (pese a no entender ninguna señal). Fue entonces cuando viajé a Kastra, el barrio al norte de la ciudad donde hay las murallas que hace cientos de años les protegían. Es además un barrio que muestra cómo era la ciudad antes del siglo XX, ya que el resto se tuvo que reconstruir casi de la nada después de “El Gran Incendio de Salónica” (si lo llaman así es porqué fue muy heavy), que se cargó dos terceras partes de la ciudad (sí, lo que decía, muy heavy). Kastra está lleno de pequeñas y sinuosas calles por las que es muy fácil perderse y tiene unas pendientes tan pronunciadas que se podrían hacer etapas ciclistas. Las murallas te dejan sin palabras. No quiero decir que ya no construimos cosas así pero… ya no construimos cosas así. Wow.
En el sud de la ciudad, está la zona más nueva, con un increíble paseo marítimo que dura kilómetros y acaba en la espectacular Sala de conciertos. El paseo está acompañado de parques en los que tomar la sombra (con nombres elegidos por un comité sin humor como el jardín de las rosas o del sonido), restaurantes y gente con pequeñas redes de pesca intentando coger animales marinos de las rocas.
Otra de las cosas que he descubierto en mis viajes por el mundo (dicho así parece que sea Willy Fog), es que si en el súper hay productos marcados como originales del lugar, es muy fácil que pique y los compre. Incluso sabiendo que sólo por esa etiqueta ya me están cobrando de más. En Trieste probé muchos dulces de receta austríaca perquè eran típicos de la zona y en Salónica, al día 2 ya estaba bebiendo Tsipouro. Es un aguardiente de esos que se puede beber en una tarde de verano con amigos, pero que cuando te levantas te provoca la sensación de estar en un barco porque todo se mueve un poco demasiado. Así también es como descubrí el queso Graviera y ese conocimiento me lo llevaré a la tumba. Debe ser “el primo de zumosol” del Gruyere, ya que, pese a que internet me dice que se parecen, yo encuentro el Graviera MUCHO más bueno.
En fin, hasta aquí mi semana pasada por agua y pánico de Salónica. Ayer llegué a Atenas así que volvemos a vernos en 7 días a la misma Atenas-hora en el mismo Atenas-canal.
PD. Algunas fotos de Salónica: