Hola, a todos. Estoy vivo.
Perdonad que no hay escrito en… un mes… wow. Eso tiene una explicación sencilla. Por un lado, Cracovia no da para muchas aventuras. Es un lugar muy cómodo y visualmente bonito (sobre todo el centro) para pasar un fin de semana y descubrir algunas de las atrocidades que hicieron los Nazis. Por cierto, si queréis ir a la Fábrica Schindler, reservar con mucha antelación o os quedaréis sin entrada como me pasó a mí, que esperé hasta la última semana y no pude ir. La gente de Cracovia es muy maja, su zapiekanka (una pizza en formato rectangular) es sorprendentemente densa y la cosa que más añoro siguen siendo los pierogis. A parte de eso, mi estancia allí sirvió para avanzar mucho escribiendo mi próximo libro y poco más. Cuando llevaba 18 días y me quedaban 10, ya no sabía qué más hacer con mi vida. Así que escribí. Y escribí. Y escribí.
Todo cambió cuando llegué a mi siguiente destino: ¡Praga! (aviso: el nombre de la ciudad va estar escrito con exlamación cada vez que aparezca en el texto para dar énfasis) La capital de la República Checa parece ser el final perfecto a mis tres meses por centro Europa. Tiene una arquitectura tan espectacular como la de Budapest pero con más alma, gente tan simpática como la de Cracovia pero con muchas más cosas que hacer y la cerveza es su deporte nacional, su cultura y su orgullo. Tanto es así que si saliera Pilsner Urquell de las fuentes, no me sorprendería. Los checos no son solo simpáticos sino que han vivido varias revoluciones políticas y se nota en sus ganas de salir de fiesta, pasar las tardes en los parques, cerveza en mano, cuando hace un mínimo de sol (muy mínimo en realidad) y disfrutar de la vida.
Aquí hay historia por todas partes. Sobre todo en el centro, con calles adoquinadas en las que por un momento te sientes en la misteriosa de ¡Praga! de Kafka. Al menos, hasta que al fondo ves un Starbucks… Por cierto, en 2024 es el centenario de la muerte del escritor y la ciudad está haciendo actos varios para celebrarlo. Pero no son solo las calles, el castillo es espectacular (y yo ni siquiera he estado dentro). Increíbles vistas, fantástico jardín con pavo reales (uno de ellos abrió su cola al verme y ahora soy su Dios y hacen todo lo que les digo) y, además hacen actos como ferias de cerveza de pequeñas marcas artesanales.
También he visitado el pub más antiguo del mundo (este año ha celebrado su 540 aniversario) y, pese a que es un poco demasiado para guiris, con músicos tocando en su patio interior y camarero trayendo cerveza casi sin preguntar, su goulash estaba muy bueno. La dieta checa es similar a la húngara o la polaca en cuanto a goulash (estofado de carne) y schnitzel (carne rebozada) se refiere, pero lo curioso es que sus pizzas y hamburguesas son sublimes. La pizza parece de Nápoles y las burgers de Texas. Incluyendo una idea que creo que se debe importar: carnicerías que son un poco restaurante. Son 80% tiendas pero te puedes pedir un carpaccio o una burger y se nota que la materia prima es increíble.
¿Hay mucho turismo? Sí. En ¡Praga! hay mucho turismo. Es surrealista. Vas camino al centro, tan tranquilo y en paz hasta que, literalmente, giras una calle y de repente estás en el centro turístico. Los decibelios de gente hablando aumentan exponencialmente, todas las tiendas son de souvenirs, y hay gente con un paraguas guiando a demasiados turistas hacia la misma plaza con la torre del reloj y la Iglesia gótica de Tyn. Pero lo peor es el Puente Carlos de piedra, uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad. Un puente solo para peatones suena como un sueño húmedo para mí, hasta que te das cuenta que, en vez de vigilar por el vértigo, tienes que esquivar a la gente que está allí parada haciéndose fotos y no circulando. Es lo mismo que pasa en el Ponte Vecchio de Florencia.
Como os decía antes, aquí la cerveza es parte esencial de la personalidad de la ciudad. No solo la Pilsner Urquell está a un precio de risa (la pinta vale 2€) sino que hay varios museos sobre la cerveza, dos fábricas que puedes visitar, cada fin de semana hay una feria u otra de productores artesanos en lugares chulos como el castillo o al lado del río y hasta hay spas en los que te bañas en lúpulo mientras bebes cerveza (su excusa es que el lúpulo va bien para la piel). ¡Hay incluso cervecerías artesanas dentro de barcos! La ciudad tiene además muchos bares divertidos que aún tengo que visitar, y cuyos nombres parecen pensados por y para mí (y lo que más leía cuando tenía 20 años): Hemingway Bar, Bar Bukowski o Bar Al Capone me tienen ganado solo por sus nombres y la gente a la que homenajean (no soy fan de Capone, pero un bar rollo “ley seca, años veinte” me divierte).
Lo que quiero decir con todo esto es que, si en algún momento de mi vida tuviera que desaparecer del mapa porque los fans de Christopher Nolan quieren asesinarme debido a mis opiniones sobre el director o mis archienemigos del lobby de los que envían mensajes de voz por Whatsapp en vez de escribir ponen una recompensa por mi cabeza, me podréis encontrar en ¡Praga! en el barrio de Nove Mesto. Me cambiaré el nombre por uno con muchos acentos en las consonantes, algo como Ruffus Bôladėrovšky o así y estaré escondido en esta ciudad, al menos de abril a octubre cuando no hace frío. Un momento… ¿Por qué estoy dando pistas de a dónde huiría?Quiero decir… si en algún momento de mi vida tuviera que desaparecer del mapa JAMÁS iría a ¡Praga! No, qué va. Eso nunca. Me iría a… Finlandia. Sí. Eso. Finlandia. Porque me encanta el frío. Sí. ¡Frío! Yupi… Yuju. Viva el frío… Sí… ¿de qué hablaba? Que ¡Praga! está muy bien pero que jamás viviría aquí y menos en su temporada más calurosa. Nop, nunca. No pasará.
Ya solo me quedan diez días aquí y, por primera vez desde Japón, tengo la sensación de que no me dará tiempo de hacerlo todo ya que también estoy currando y escribiendo un libro.
Me falta el Museo Kafka, bañarme en lúpulo, ir a un monasterio cervecero, probar el queso de Olomuc, pasar el día en el barrio de Zizkov y el de Holesovice, ir en tranvía, desayunar en el café Louvre (al que iban Kafka y Einstein), probar platos con cerdo (aquí el 70% de los platos llevan cerdo), visitar el castillo por dentro, visitar la fábrica de Pilsner Urquell, ir al mural de John Lennon… ¿Conseguiré hacerlo todo en diez días sin que mi hígado explote y atendiendo a mis responsabilidades laborales? Tendréis que esperar al siguiente newsletter para saberlo…
Nos vemos la semana que viene (lo prometo, la semana que viene hay newsletter nuevo) a la misma ¡Praga!-hora en el mismo ¡Praga!-canal.
PD. Algunas fotos de mi hogar lejos del hogar, ¡Praga!:
Mola mucho !